Ideas clave
- La inteligencia colectiva se refiere a la integración de diferentes inteligencias para resolver problemas complejos de manera colaborativa.
- Las tecnologías pueden ser utilizadas para ampliar nuestra capacidad de pensamiento y colaboración, en lugar de limitarla.
- Para evitar ser atrapados en burbujas(o echo chambers) y no ser capaces de ver y evaluar otras realidades, es esencial fomentar la diversidad y la inclusión en los procesos de toma de decisiones colectivos.
En 1857, tres profesionales británicos del mundo de las letras decidieron que los diccionarios que existían hasta el momento no lograban abarcar de manera exhaustiva la profundidad del idioma. Insatisfechos con lo que tenían al alcance, concibieron y desarrollaron un proyecto inédito; fundaron un comité en Londres y realizaron un registro minucioso de aquellas palabras que no aparecían en los listados existentes. A la lista le sumaron sus respectivos significados, y así dieron paso a una suerte de estudio semántico del idioma.
Diez años después, los tres lingüistas –uno de ellos era además arzobispo y poeta, el segundo filólogo y el tercero editor y filántropo– invitaron al lexicógrafo James Murray a asumir el desafío de continuar con el listado. Fue él quien, siguiendo el legado de sus antecesores y entablando relaciones con distintas editoriales, logró ampliar el proyecto. En el edificio, que denominó ‘Scriptorium’, reunió a sus asistentes e hizo un llamado abierto a ciudadanos y lectores –publicitado en los diarios de la época– para que informaran sobre palabras raras, antiguas, nuevas, peculiares y comunes del inglés. A su vez, designó al filólogo Francis March para que se hiciera cargo de la recolección en Norteamérica.
Fue así como en 1879, la casa editorial de la Universidad de Oxford decidió publicar la primera versión de lo que hoy conocemos como el Oxford English Dictionary, el más completo hasta la fecha. Tan solo unos años después, existían 3.500.000 ediciones impresas dando vuelta.
La intención del libro, según contaron los mismos fundadores y colaboradores, fue recopilar todos los usos y variantes de cada palabra del idioma anglosajón, con sus respectivas etimologías, significados y pronunciaciones. Pero este esfuerzo en conjunto -que logró aunar las habilidades de millones de lectores bajo la coordinación de editores, ideólogos e imprenta-, es reconocido como una de las primeras manifestaciones registradas de inteligencia colectiva, concepto que actualmente es asociado a la innovación social y a la sociedad del conocimiento, pero que de base se refiere a la integración de múltiples inteligencias, sean humanas, biológicas o tecnológicas, en pos de la búsqueda de soluciones a problemas complejos y colectivos.
Así lo explicó en 1902 el geógrafo y naturalista ruso, Piotr Kropotkin, en su libro El apoyo mutuo, en el que propone que la inteligencia colectiva es aquella que surge a partir de la colaboración de muchos individuos, como la de pequeños animales e insectos, como las abejas y las hormigas. Aunque haya sido de los propulsores de la idea, de ahí en adelante son muchos los autores que se han dedicado al estudio de este paradigma. Uno de los más conocidos de nuestros tiempos es el estratega y académico Geoff Mulgan, quien en su libro Big Mind: How Collective Intelligence Can Change Our World la define como una inteligencia cuya afirmación central es que cada individuo, organización o grupo humano se puede beneficiar de una mente más grande, aprovechando la capacidad intelectual de otras mentes y de las tecnologías disponibles en la actualidad.
“Ya hay tres mil millones de personas online, y otras cinco mil millones de máquinas conectadas, pero aprovechar el potencial de esto requiere de una especial atención a la metodología para evitar caer en trampas, y una inversión de recursos que hoy son escasos. Como las neuronas en nuestro cerebro –que solo son útiles en la medida que se conectan a otras miles de neuronas–, el pensamiento exitoso también depende de una estructura y organización”, relata Geoff Mulgan en su libro.
Mulgan sugiere que, en sus variantes estrechas, la inteligencia colectiva se hace cargo de cómo las multitudes colaboran entre sí y aprovechan las tecnologías para buscar soluciones integrales desde distintas perspectivas y ángulos a problemas complejos propios de nuestra era. En sus variantes más amplias, en cambio, se ocupa de cómo se articula la inteligencia a gran escala en toda dinámica y organización social.
Ejemplos actuales, y quizás más evidentes, podrían ser Google Maps, Waze y Wikipedia. Pero casos históricos en los que se optó por modular una multiplicidad de inteligencias para resolver problemas colectivos, a parte del diccionario de Oxford, incluyen la creación de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA); el tratado Principia en el que Isaac Newton establece las bases de la mecánica clásica; y el Proyecto Cybersyn, por el cual el gobierno de Salvador Allende introdujo en Chile un internet social para todos, en un intento de planificación económica en red que conectaba a las distintas instituciones gubernamentales con la ciudadanía.
“La vinculación entre muchas personas y máquinas hace posible un salto gigante en la inteligencia colectiva. Cuando esto ocurre, el todo puede ser mucho más que la suma de las partes”, reflexiona Mulgan en su libro. “Hay millones de ejemplos que dan cuenta de los beneficios de movilizar a grandes cantidades de personas para que participen en la observación, el análisis y en la toma de decisiones frente a problemáticas complejas. Pero las multitudes, ya sea en la virtualidad o no, también pueden ser tendenciosas, sesgadas o convertirse en burbujas (eco chambers). En cualquier grupo humano, los intereses divergentes y en conflicto hacen que la inteligencia colectiva sea tanto una herramienta para la cooperación como un espacio para la competencia y la manipulación”.
El desafío, entonces, es maximizar sus beneficios y usarla a favor del bienestar de la sociedad civil. Y junto a eso, como postula Mulgan, evitar ahogarnos en un mar de datos y exceso de información irrelevante.
¿Cómo usamos las tecnologías para ampliar nuestras mentes en lugar de restringirlas y reducirlas a rutinas predecibles? ¿Cómo hacemos que la información que surge de los esfuerzos colectivos sea usada para un bien común y no termine exclusivamente en manos de unos pocos? Y, por último, ¿cómo logramos, en tiempos en los que los algoritmos buscan agruparnos, que la colectividad o multitud se mantenga enfocada, pero no al punto de la ceguera al no ser capaz de ver las millones de otras realidades?
Decir que la inteligencia reside únicamente en el cerebro, es una idea ya obsoleta. Pero los desafíos que surgen a partir de esa resignificación son múltiples, sobre todo si tenemos en cuenta que no por ser más se logran considerar todas las experiencias de vida. Y es que a veces, las masas -aunque estén compuestas por millones de experiencias distintas-, se las ingenian para silenciar a ciertos grupos, generando así una nueva jerarquía y una situación contraproducente a lo que propone en esencia la inteligencia colectiva. A su vez, si esa inteligencia a gran escala pierde el propósito, ¿en qué se transforma? ¿Serían únicamente datos que pueden ser utilizados para hacer proyecciones respecto a nuestras conductas?
Cómo evitar que la inteligencia colectiva se transforme en una cámara de resonancia
En el 2010, el emprendedor y asesor especialista en empresas de tecnologías digitales, Jorge Armanet, vio en la articulación de múltiples conocimientos una oportunidad para el rubro de la salud; junto a un doctor detectaron que las decisiones médicas son tomadas en base a la experiencia de los pacientes, pero que aun así el conocimiento está en manos de tres grandes poderes que, además, no interactúan entre sí; la academia, las farmacéuticas y los cuerpos médicos. Si los usuarios de la medicina constituían el mínimo común múltiplo de todas las decisiones médicas, pensó, ¿por qué no podían ser ellos mismos quienes compartieran sus diagnósticos y conocimientos con el resto de la comunidad?
En un afán por aplicar tecnologías digitales para solucionar problemas relacionados a la desigualdad, fundó HealthUnlocked, una plataforma cuya intención es hacer de la experiencia de los pacientes una más accesible y pública. Una suerte de comunidad que conecta a millones de usuarios que conversan sobre sus respectivos diagnósticos. “Me interesaba reconfigurar sistemas con nuevas tecnologías digitales. El mundo médico es altamente jerárquico y rígido, en eso se parece mucho al mundo militar, pero en la práctica es un sistema de conocimiento cuya fuente informacional es la experiencia de los pacientes”, comenta.
“Si lo pensamos, la inteligencia siempre ha sido colectiva porque nosotros no somos inteligentes; lo que es inteligente es el ecosistema en el que vivimos. Lo problemático es que el poder no es colectivo por definición”, profundiza Jorge Armanet.
Pero eso siempre ha sido así.
En 1400, cuenta Armanet, existió un Papa que se paseaba con un baúl lleno de libros, en una época en la que eran sumamente escasos y difíciles de adquirir. “Ese era el Google de la época; tenía todo el saber y podía interpretar lo que estaba a su alrededor”. Lo distinto a la actualidad, según dice, es que hay un acceso al conocimiento como nunca antes había habido. “El cambio, en general, es más riesgoso para los que tienen más poder que para los que tienen menos. Y el cómo se trabaja eso, está abierto, tal como lo estuvo cuando se inventó la rueda y la máquina de vapor”, reflexiona. “La vida siempre ha sido tecno-influida, si pensamos en el amplio sentido de la definición de tecnología. Y así como se han dado nuevas posibilidades, también surgen nuevos desafíos que no sabemos enfrentar. ¿Puede la inteligencia artificial superar a la humana? Probablemente sí, pero no a la inteligencia biológica en su totalidad. Hay un sistema mayor que tiene todos los datos de antemano”.
Lo que urge, según los especialistas, es no perder de vista el propósito inicial y, junto a eso, no poner la metodología o herramienta por sobre el objetivo común. Porque como dice la periodista española especialista en tecnologías, Marta Peirano, “hay tecnologías que nos pueden ayudar, eso es cierto, pero quienes nos salvan finalmente son nuestros vecinos”. Así también lo postula el director de la fundación Derechos Digitales, Juan Carlos Lara, quien es enfático al decir que no hay que atribuirle a la tecnología un poder mágico, ni mucho menos caer en un tecnodeterminismo que propone que todo mejora con el desarrollo de nuevas tecnologías.
En sus palabras, la inteligencia colectiva es la capacidad de los grupos humanos de aunar voluntades, para así tomar decisiones y aprender en conjunto. “Es una manera de solucionar problemáticas complejas y multifactoriales -y seguro puede verse beneficiada por lo que ofrecen las tecnologías digitales-, pero a su vez ahí aparecen riesgos; uno de ellos es que lo que se denomina como ‘sabiduría de las masas’ no siempre es sabio”, explica. “Las encuestas, por ejemplo, nos dicen que las personas aprueban la pena de muerte, aprueban subirle las penas a los delincuentes y la deshumanización de los inmigrantes. En California, por otro lado, con la posibilidad de iniciar proposiciones ciudadanas, se hizo una reforma constitucional y se prohibió el matrimonio igualitario. Esos son dos ejemplos de situaciones en las que no necesariamente por ser más, se llega a la mejor decisión en pos del desarrollo social. Por algo existen los marcos contra mayoritarios, que plantean que los derechos humanos no se plebiscitan incluso cuando la supuesta mayoría quiera que así sea”.
Y es que la sabiduría popular no necesariamente considera el bienestar popular. “No por ser colectiva, la inteligencia va a ser menos influenciada por el contexto. Ese contexto varía significativamente y hay muchos esfuerzos e intereses externos que quieren moldear la opinión pública”, plantea Juan Carlos Lara.
A eso se le suma que, muchas veces, los procesos de mayor democratización –que en esencia buscan la participación ciudadana– tienden a reducir de manera binaria decisiones que son mucho más complejas. Por eso, según explica Lara, pasaría a ser clave cómo se formula la decisión colectiva; y es que el problema no está necesariamente en el mecanismo y en la forma en la que se toma la decisión, si no en qué decisión estamos siendo expuestos a tomar. “Muchas veces se termina privilegiando la superficialidad de la mayor participación por sobre el trasfondo de la construcción colectiva. O se prioriza la herramienta utilizada para la toma de decisión más que el propósito en sí. Que podamos recoger más fácilmente ese saber a través de la tecnología debería, por sobre todo, hacernos reflexionar respecto a qué se está poniendo en la discusión colectiva; a quién le beneficia esa información y a quién le sirve que usemos una plataforma por sobre otra o que consideremos más una discusión que otra”, concluye.
Y es que uno de los grandes desafíos de las nuevas formas de tomar decisiones colectivas es aprender a observar cómo las tomamos y bajo qué estímulos. Los modelos de predicción (o el machine learning), por ejemplo, sirven para recopilar información de utilidad pública, pero también tienen que ser contrastados.
Para asegurarnos que no se pierda el objetivo inicial que busca solucionar problemáticas reales y complejas, Mulgan propone metodologizar –como si se tratara de una disciplina científica– la inteligencia colectiva. “Esta inteligencia es fundamental en la medida que su función sea la de orquestar el conocimiento a través de la aplicación de métodos sistemáticos, incluyendo los metadatos y herramientas de verificación y etiquetas, además de ponerle atención a cómo se usa el conocimiento en la práctica”, explica. Eso es lo que marca la diferencia, como explican los especialistas, entre una solución que tiene diseño y otra que no. Una solución que sigue un método y un sistema.