Ideas clave
- Las ciudades inteligentes tienen que ver con la flexibilidad del sistema y cuán rápido pueden crecer, para responder a cambios o shocks como pandemias. En este caso y en muchos aspectos, las ciudades demostraron un nivel de inteligencia increíble.
- Se pueden introducir más servicios en territorios periféricos, porque la gente aún sigue trabajando desde sus casas y requiere de esos servicios más cerca.
- Hay lecciones aprendidas del Covid-19 que no han sido relevadas como algo a lo cual dar continuidad. En el fondo, todos nos desahogamos y dijimos volvamos a la normalidad, sin darle una segunda vuelta a elementos que tienen valor.
Con la crisis provocada por el Covid-19, es imposible no pensar que la vida cotidiana de todos los ciudadanos del mundo cambió. Y esas nuevas rutinas, hicieron que nuestro modo de habitar la ciudad también cambiara. Muchas personas decidieron bajarse del transporte público para evitar el riesgo de contagios; otras optaron por usar nuevos espacios para hacer sus horas de trabajo; y gran parte de nosotros nos vimos enfrentados a acatar normas de distanciamiento social que nunca antes se habían aplicado en esos términos.
Después de dos años de pandemia, el arquitecto chileno Alejandro Gutiérrez –director de planificación y diseño de ciudades de Arup (Italia), una de las compañías de ingeniería, diseño y planificación urbana más relevantes del mundo–, reconoce que lo que más lo ha impresionado en este período ha sido el nivel de resiliencia de las ciudades.
Egresado de la Pontificia Universidad Católica de Chile y con un magíster en diseño de ciudades de la London School of Economics, Alejandro Gutiérrez se ha especializado en sustentabilidad y desarrollo urbano, asesorando a clientes del mundo público y privado en diversas iniciativas. Además, ha sido orador y profesor invitado en varias instituciones, como la London School of Economics, la Said Business School – Oxford University, la Architectural Association-UK, el Royal Institute of British Architects, la UCL Bartlett School of Architecture, y el Imperial College of London.
Desde su profesión, cuenta que ha visto cómo han aparecido nuevos usos de los espacios urbanos post pandemia, señalando que ha sido la flexibilidad de los sistemas la que ha permitido la subsistencia de las ciudades. Además, ha puesto énfasis en la importancia de integrar las lecciones aprendidas por la emergencia sanitaria, para aplicarlas en tiempos de retorno a la presencialidad. “Creo que los sistemas de transporte, uso de suelo y funciones probaron su nivel de flexibilidad, sobre todo en las fases de transición entre cuarentenas. Por ejemplo, toda la función educación en el transporte, que no es menor en la generación de viajes, pudo empezar a trabajar en diferido”, dice. “En Europa había alumnos entrando a las 8:00, 9:00 y 10:00 de la mañana al colegio, y eso antes era impensado. Medidas de ese tipo podrían mantenerse en el tiempo para hacer un uso racional de nuestra infraestructura de transporte y, sin ningún cambio en la inversión, generar un mejor sistema de transporte para todos”.
La ONU, en su minuto, indicó que las ciudades sufrieron las peores consecuencias de la crisis de COVID-19, con sistemas de salud sobrecargados, problemas de movilidad y dificultades en los servicios de agua y saneamientos, especialmente en las zonas más pobres. ¿Qué lecciones comunes surgieron en las ciudades después de esta crisis sanitaria?
— En la pandemia se mostró un nivel de resiliencia notable, particularmente en la cadena de suministro de alimentos. Eso no es menor, considerando que estábamos en un momento crítico. Si no hubiésemos tenido el suministro asegurado, el nivel de disrupción y caos hubiese sido importante. Pensemos en lo que significaba producir alimentos en pandemia y en una fábrica de pan, pastas o arroz que siguió funcionando: llegaban insumos para cultivar, personas iban a cosechar, había agua y camiones que recolectaban y procesaban, y el alimento se distribuía. Todo eso en plena crisis. Es decir, los sistemas urbanos funcionaron y lo hicieron bien. Lo mismo con Internet. La capacidad de conexión fue alta, aunque había algunos problemas, pero en general funcionó. Ahí hay un aprendizaje grande. Fue una buena performance.
¿Se están diseñando nuevas soluciones para abordar y repensar los modelos urbanos post pandemia? ¿Hay algunas que aparezcan desde estas lecciones aprendidas?
— El Covid-19 fue un evento que todos pensaban que tendría fecha de expiración. De hecho, hubo intervenciones temporales en las ciudades. Por ejemplo, hubo flujo temporal –que creo que ahora ha vuelto a lo que era antes–, de servicios como restaurantes y cafés, que por el teletrabajo se desplazaron a zonas más periféricas, donde estaba la gente en sus casas. En Londres, eso sucedió de manera notable. Un restaurante que tenía sede en el centro, cerró ahí y abrió en un subcentro de la periferia. El cómo el uso de suelo y las funciones urbanas se han ido moviendo en estos dos años ha sido interesante, aunque ahora han vuelto a una situación original en menos volumen. Actualmente, hay más espacios físicos y metros cuadrados disponibles que antes para crecer en un subcentro en La Florida, La Reina o Puente Alto. Se pueden introducir más servicios en esos territorios, porque la gente aún sigue trabajando desde sus casas y requiere servicios más cerca.
Es decir, gracias al teletrabajo y movilidad en pandemia, se están desconcentrando los servicios para aparecer en polos más alejados.
Sí, pero más que decir que es un patrón que se establece lo interesante es cómo eso se adecuó y fue flexible a los cambios del contexto. Es decir, no todo se quebró, sino que se desplazó al interior de la ciudad o a la periferia, donde la gente estaba viviendo. Me imagino que en Santiago esto se vio más en la expansión del delivery, para responder al desplazamiento de demanda por servicios desde centros a periferias.
En Chile, con el retorno a la presencialidad, las ciudades han vuelto a colapsar en los horarios peak, especialmente en temas de movilidad. ¿Por qué crees que no se integraron ciertos aprendizajes que nos dejó el tiempo de la pandemia?
— Un buen ejemplo es el horario de entrada de colegios y universidades que se vio en Italia e Inglaterra. Antes, había una especie de dictamen respecto a los horarios de ingreso a los establecimientos, pero con la crisis hubo cero problema en cambiarlo. Y fue muy beneficioso, porque el transporte público estaba menos colapsado, con menos gente para reducir el riesgo de contagio.
Los técnicos tenemos claro que con gestión de demanda se resuelven problemas. Pero no está en la mente de los que toman decisiones integrar estos aprendizajes en el tiempo, aunque sería una manera súper eficiente de aumentar la calidad del servicio y reducir el nivel de congestión. Esas son lecciones aprendidas del Covid que no han sido relevadas como algo a lo cual dar continuidad. Porque en el fondo todos nos desahogamos y dijimos ya, volvamos a la normalidad, sin darle una segunda vuelta a que hay elementos de esto que tienen un valor y que sería útil darles seguimiento.
Fuiste director Ejecutivo de CREO Antofagasta, una iniciativa público-privada para desarrollar e implementar un plan urbano estratégico para la ciudad. Ahí la idea era mejorar la calidad de vida de las personas, fomentando los espacios públicos, que en regiones habitualmente están más relegados. Al respecto, ¿Por qué hemos avanzado tan lento en transformarnos en un país más descentralizado?
— Chile ha hecho un recorrido lento, pero en la dirección correcta hacia la descentralización. Seguramente, hay algunos nodos críticos aún, como la capacidad de un gobierno regional de ser autónomo desde el punto de vista financiero, cuestión que el Estado a nivel central no quiere aceptar. Eso, me parece, tiene una lógica. Hay que buscar un equilibrio, porque no se puede pedir que las regiones sean completamente dependientes del nivel central. Hay una discusión de principios y radical sobre autonomía de gobiernos regionales que hay que abordar, entendiendo que es necesario hablar sobre cuánto de la riqueza se traspasa y cuánto se queda en la región, antes de discutir, por ejemplo, sobre el nivel de endeudamiento.
Antofagasta es un reflejo, como lo es Iquique o Copiapó, de muchas situaciones en Chile donde la riqueza se genera en un lugar y, a través de la recaudación de impuestos, se va a nivel central y después esa región compite con otras por los recursos generados ahí mismo. Hay una brecha entre la percepción de la contribución que hace una región y lo que recibe a nivel central. Eso genera frustración y una baja en las expectativas muy grande. Creo que hay que hacer un rediseño de los flujos de cómo se manejan los impuestos y cómo las regiones administran los recursos.
Dentro de los nuevos modelos post pandemia, se reforzó el término de las ciudades inteligentes, entendiendo que la crisis jugó un rol movilizador para crear espacios mejores y más sostenibles. ¿Qué entiendes tú por una ciudad inteligente?
— Para mí, las ciudades inteligentes tienen que ver con la flexibilidad del sistema y cuán rápido pueden crecer para responder a cambios o shocks como pandemias, terremotos u otros. Creo que en este caso, y en muchos aspectos, las ciudades demostraron un nivel de inteligencia increíble.
¿Se podría decir, entonces, que en Santiago tenemos una infraestructura urbana robusta?
— Para este tipo de shocks, sí. Pero para estrés hídrico, por ejemplo, no. Santiago no tiene capacidad de almacenamiento de agua suficiente frente a un evento catastrófico, tipo terremoto. En el ámbito de la gestión del ciclo del agua tenemos una tarea gigantesca para que la ciudad sea inteligente en ese sentido también.
Hay un tema de redes sociales, no digitales, sino reales, muy interesantes también. Hay un libro de Eric Klinenberg que se llama Palaces for the People, donde se conversa sobre la resiliencia de una comunidad asociada a eventos catastróficos. Específicamente, el autor analizó las olas de calor en EE.UU. y cómo distintos barrios tuvieron niveles de mortalidad asociados al nivel de cohesión social de los espacios. Es decir, la mortalidad dependía mucho más del nivel de conectividad entre las personas que de la presencia de más árboles o policlínicos. Era la infraestructura social la que permitía mitigar el efecto de estos shocks. Ese argumento no fue puesto sobre la mesa en el análisis de lo que pasó en la pandemia. La infraestructura no es necesariamente de ladrillo y cemento, o cosas físicas como pasto o árboles, sino que también está a nivel de vínculos sociales entre las personas. Ahí también hay una tarea bonita.