Cuatro preguntas a la Cuarta Revolución Industrial
Transformación digital

Cuatro preguntas a la Cuarta Revolución Industrial

La inteligencia artificial se ha vuelto mainstream. Muchos softwares la han integrado a herramientas que automatizan procesos, y nuevos programas —como ChatGPT y Dall-e, de la empresa Open AI— permiten dialogar imitando la interacción humana o son capaces de transformar texto a imagen. Se espera que estas nuevas posibilidades cambien nuestro trabajo y la manera en la que nos relacionamos con la tecnología, lo que enciende tantas expectativas como polémicas. Aquí, cuatro claves para entender esta transformación.

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Ideas clave

  1. El lanzamiento de herramientas de IA interactivas y abiertas al público confirma la vocación masiva de la automatización, pero también abre nuevas dudas y temores.
  2. Aunque no hay aún respuestas definitivas, es útil hacerse preguntas que establezcan prioridades respecto a los alcances de esta tecnología.
  3. Hay cuatro claves que nos permiten analizar este nuevo escenario. ¿Cómo afectará al trabajo? ¿Cuánto cambiará la cultura? ¿Dónde estará el negocio? ¿Saldrán fortalecidos los derechos digitales?
  4. Esta tecnología está recién comenzando y abre oportunidades para pensar, regular y canalizar su uso.

Los cambios de época suelen manifestarse cuando las primeras grietas de un imperio asoman a la superficie. La hegemonía de Google, incontestable durante las últimas dos décadas, se vio amenazada a comienzos de febrero: Microsoft, su antecesor en el trono digital, presentó la nueva versión de su buscador Bing, esta vez en sociedad con OpenAI, creadores de ChatGPT. En vez de entregar los resultados jerarquizados, este motor ofrece una sola y amable respuesta, escrita con la frialdad y precisión de esta inteligencia artificial.


Google reaccionó el mismo día con el anuncio apresurado de su propio chatbot inteligente, llamado Bard. “Fue todo tan precipitado”, escribe Marta Peirano, columnista especializada en la industria tecnológica, “que Bard respondió mal a la única pregunta de la demostración, que encima era un GIF”. Las acciones de Alphabet, matriz de Google, se desplomaron un 8% inmediatamente, “no por el error de Bard, sino porque el mercado había olido su miedo”.


Un miedo justificado: si bien Google lleva años desarrollando e invirtiendo en inteligencia artificial, la súbita aparición de herramientas de IA abiertas y lúdicas -con las que todo el mundo puede interactuar-, reordenó el tablero tecnológico en apenas un par de meses.

Las criptos, los NFTs y el metaverso ya suenan anticuados: este 2023 solo se habla de inteligencia artificial. Estas noticias solo aceleran el ya álgido ritmo de la llamada cuarta revolución industrial, esa que se consolidará cuando los procesos productivos, y probablemente también parte de los creativos, consigan, en su mayoría, ser automatizados. Ya sea por la robotización de los productos y maquinarias, por la capacidad de vincularse entre ellas de forma autónoma mediante internet o por la combinación de ambas, esta transformación lo removerá todo: desde estructuras centrales de la sociedad, como la educación y el trabajo, hasta pequeñas acciones cotidianas, como la forma en que googleamos lo que necesitamos saber.


Mientras hay quienes ven este escenario con optimismo —como el aceleracionista Nick Srnicek, promotor de una automatización total que nos lleve a un mundo postrabajo—, mucha más gente lo prospecta con absoluta sospecha, por no decir con fatalidad. Aunque hay razones para ambas visiones, el momento parece ofrecer más dudas que certezas.


Al teléfono le tomó 75 años llegar a los cien millones de usuarios. A TikTok, nueve meses. Y a ChatGPT, solo dos. Nunca la humanidad había integrado tan rápido una nueva tecnología. Cada semana, esta herramienta presenta una novedad, y con ella surge una avalancha de nuevas preguntas. Los cambios avanzan tan veloces como un Tesla en una autopista vacía, ¿pero los podremos manejar con más pulcritud que el errático piloto automático de Elon Musk? Entre todas las dudas, se pueden identificar cuatro reflexiones, suficientemente amplias como para no sucumbir ante la cambiante contingencia. Pero al mismo tiempo, precisas. Y capaces de conducir y canalizar la fundamentada incertidumbre que surge a propósito de estas nuevas tecnologías.

1. ¿Cómo impactará la automatización en los empleos?

Luego de que el francés Jacques de Vaucanson construyera en 1737 a El Flautista, una máquina con forma de hombre capaz de tocar por su cuenta doce canciones en flauta y tambor, el fantasma de que los autómatas o los robots reemplazarían a los humanos en sus trabajos, nunca dejó de rondar. Actualmente, ese espectro no amenaza únicamente a los empleos físicos o fabriles: la inteligencia artificial -como lo demuestra ChatGPT y el generador de imágenes Dall-E-, también asusta a los oficios creativos.

El principal miedo está en que los puestos de trabajo de ciertas industrias se reduzcan y que las personas que los ocupan se vean obligadas a aceptar otros trabajos más precarios para subsistir. Si la principal queja de este siglo venía siendo la escasa capacidad de la economía global de generar empleos de calidad, la automatización podría reducirlos al mínimo: un estudio hecho en la Unión Europea calcula que hasta un 44% de los trabajos en ese continente podrían ser sustituidos.

Otros ven el vaso medio lleno: esta reducción masiva del trabajo humano podría ser la oportunidad perfecta para instaurar la renta básica universal, acortar la jornada laboral al mínimo —15 horas semanales, como lo soñó Keynes—, terminar con la ética laboral y así por fin superar el modelo capitalista.

Más allá de escenarios distópicos o utópicos, los expertos están de acuerdo en que la inteligencia artificial, y la automatización que esta genera, deben ser puestas al servicio de la coordinación y la eficiencia de la inteligencia humana, y no usarse como reemplazo de ella.         

2. ¿Qué cambios traerá a la cultura?

Por estos días se escuchan canciones, se ven imágenes, se miran videos y se leen textos en los cuales ningún humano participó creativamente. Entre maravillados y estremecidos, probamos como niños con juguete nuevo una tecnología cuyo impacto en nuestra forma de consumir y producir cultura es difícil de dimensionar.

Si la era de los datos diversificó las audiencias en nichos cada vez más específicos, con contenidos a la carta proporcionados por certeros algoritmos, no sería desmedido esperar que la inteligencia artificial genere obras personalizadas, a medida de cada individuo, según sus gustos y perfiles.

Una automatización que también modificará la cultura entendida como la forma en que nos relacionamos entre nosotros. Las ciudades buscan volverse inteligentes —o smartificarse, como se dice en la jerga—, llenas de sensores analizando miles de movimientos, viajes, tráfico y otras variables. Un proceso que hará más eficiente la vida en los espacios urbanos, pero que puede reducir la agencia que tendrá cada ciudadano en su entorno. La IA decidirá más cosas por nosotros —desde la aspiradora robot y qué parte de la casa limpiar, hasta los vehículos que sin manejarlos nos llevarán a destino—, lo que de seguro nos aliviará de muchas cargas. El desafío, tal como se lo ha planteado con éxito la ciudad de Barcelona, es que este proceso no disminuya nuestra sensación de libertad.

3. ¿Cómo será el negocio digital con la inteligencia artificial?

Durante estas primeras décadas del siglo XXI, el trato en general fue el siguiente: servicios digitales gratuitos a cambio de datos personales. Al comienzo pareció una ganga: buscadores, correos electrónicos, redes sociales, mensajería, videos y muchas herramientas más estuvieron al alcance sin pagar un peso. Luego supimos que no era realmente a costo cero. La socióloga Shoshana Zuboff lo llamó “capitalismo de vigilancia”

Que Microsoft haya desarrollado un nuevo buscador con inteligencia artificial no es noticia solo por su novedad tecnológica, sino también porque, como dice Peirano, pone en crisis el negocio de Google y su AdSense, que capitaliza con sus millones de respuestas finamente jerarquizadas. Si ahora la respuesta a las preguntas será una sola, o una especie de conversación que se siente humana, ¿entonces dónde estará el negocio?

4. ¿Qué pasará con la privacidad de nuestra información personal y cómo se resguardarán los derechos digitales?

La ingenuidad con la que la humanidad entró a la digitalización de los datos, como lo explica Zuboff, tuvo altísimos costos en la privacidad y la seguridad de la información personal. “Nadie en 1997 entendía exactamente la forma que tomaría el ‘capitalismo de vigilancia’ y lo destructivo que sería para la gente, para la sociedad y la democracia”, dijo tras participar del último Congreso Futuro. Aunque casi siempre la regulación queda por detrás de la tecnología, en esta ocasión fueron miles de millones de usuarios en todo el mundo sin leyes que protegieran sus derechos digitales.

Los gobiernos tienen ahora la oportunidad de anticiparse. “Lo que necesitamos es que lo digital viva dentro de la casa de la democracia”, piensa Zuboff, “porque como personas del siglo XXI necesitamos datos para mejorar nuestras vidas”. Pero manejados con transparencia, justicia y seguridad. 

Como propone este reporte de McKinsey, hay al menos cinco variables fundamentales que los reguladores deben considerar respecto a la IA, tanto del uso en políticas públicas como en herramientas privadas:

  • Privacidad: ¿estará protegida la privacidad de los ciudadanos con las actuales leyes y normas sobre datos personales? 
  • Seguridad: ¿serán capaces los modelos de IA de blindarse ante ciberataques o manipulaciones de terceros?
  • Justicia: ¿serán de acceso equitativo, justo y no discriminatorio para todas las personas?
  • Transparencia: ¿es posible explicar con claridad cómo funciona la IA, qué metodología usa y qué uso le dará a los datos que recaba?
  • Confianza y desempeño: ¿ha pasado la tecnología por suficientes pruebas e iteraciones para asegurar un resultado confiable y seguro para las personas?

El artículo Artificial intelligence’s new frontier (La nueva frontera de la inteligencia artificial) publicado por The Economist el año pasado, también advierte de las desigualdades que pueden exacerbar los modelos de inteligencia artificial, aún muy caros de desarrollar y mantener y capaces, por lo tanto, de crear nuevas élites. “La autorregulación difícilmente resolverá el dilema”, concluyen.

Los desafíos son tantos como las respuestas de un chatbot bien entrenado. Pero el miedo ante lo nuevo no puede prevalecer. Esta cuarta revolución ya está aquí: hay que pensarla, regularla y domesticarla para ponerla al servicio de las personas. 

   

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