Ideas clave
- Las economías creativas son esenciales y están creciendo en todo el mundo siguiendo el paso sostenido de transformaciones tecnológicas, culturales y económicas que vivimos.
- La definición de las economías creativas es accesible desde distintos puntos creativos, amplia, diversa y multidimensional.
- La promesa de la creatividad como motor de desarrollo se encuentra con dificultades estructurales difíciles de superar y que es importante atender.
- Para desarrollar las economías creativas se requiere una conversación multidisciplinaria que incluya el reconocimiento de su diversidad y su vínculo ineludible con el contexto sociocultural donde se desarrollan.
El 24 de octubre de 2012 el Secretario General de la ONU de ese entonces, Ban Ki-Moon, recibió en audiencia al rapero PSY, creador de la famosa canción Gangnam style, que a la fecha tiene más de 4 mil millones de reproducciones en YouTube. Al momento de ser fotografiados por la prensa, ambos bailaron brevemente algunos pasos del pegajoso hit que se había extendido por todo el mundo como un éxito comercial. Unos años más tarde, el director de cine Bong Joon Ho obtenía cuatro premios Oscar por su aclamada película Parasite y, justo una década después de la foto de Ban con PSY, en octubre de 2022, un grupo de jóvenes chilenos lograba el primer lugar en el mundial de baile K-pop en Changwon.
En cada uno de estos hechos Corea del Sur ha estado presente a través de la hayllu, palabra que significa literalmente «ola coreana» y que ha expandido la cultura de ese país por el mundo entero a través de la música, el baile, las producciones audiovisuales y la comida. Una apuesta que comenzó hace veinte años y que hoy tiene al mercado creativo coreano como la séptima economía creativa más grande del mundo, con un mercado de 63 mil millones de dólares, y a las industrias creativas coreanas como el único mercado que creció durante la pandemia del COVID-19.
Créditos: Yu Kato – Unsplash
La ola coreana se suma a otras olas que marcan la pauta a nivel internacional y dan pistas de cómo el desarrollo de las economías creativas es un fenómeno central de los tiempos actuales. Países como Reino Unido, Estados Unidos o Francia han desarrollado políticas públicas que fomentan la creatividad para crear trabajo, dinamizar la economía y difundir y cuidar el patrimonio. Por otro lado la inversión privada no se queda atrás, especialmente las plataformas de streaming, quienes luego de la pandemia reactivaron mercados creativos en todo el mundo: Netflix, Amazon, Paramount y otros proveedores apostaron a invertir más de 1.000 millones de dólares en México entre el 2021 y el 2026 según Forbes. Una apuesta correspondida si se consideran éxitos como el largometraje «Roma» o la serie «La Casa de Las Flores», original de Netflix.
En efecto, las economías creativas están creciendo en el mundo entero usando la creatividad humana como materia prima en un sinnúmero de frentes posibles tales como la televisión, la música, los videojuegos e incluso las ciudades o los deportes.
La compleja relación entre economía y creatividad
Para hablar de las economías creativas es necesario considerar que la creatividad es tan antigua y diversa como la humanidad misma. Prueba de ello son los numerosos hallazgos arqueológicos que muestran el interés creativo del ser humano desde hace miles de años y cómo éstos siguen siendo objeto de estudio y admiración en el presente por su belleza, por lo que intentan comunicar o por su valor económico. De acuerdo al informe «Sobre economía creativa y cultural» del British Council la novedad ocurrió cuando esta pulsión creativa comenzó a dialogar con actividades asociadas a la modernidad, en una transformación que tomó miles de años de historia: en el comercio, en el diseño o en la publicidad, el valor de los productos creativos fue su valor expresivo, es decir, el impacto de las creaciones artísticas y culturales en lo emocional, social y cultural. Este impacto es difícil de valorizar y se convirtió en el rasgo distintivo de las economías creativas.
Quizás por este rasgo distintivo ha sido difícil lograr una sola definición de las economías creativas, situación que llevó a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) a declarar el año 2022 que su definición está en constante evolución, y que varía según la cultura, los países o las organizaciones que estén planteando temáticas relacionadas. En ese contexto, un informe reciente de la consultora Deloitte incluyó dentro de la definición de economías creativas a la televisión, el cine, los museos, las artes, la música, programadores computacionales, artesanías, diseño, arquitectura «y todos los trabajos fuera de esas áreas pero que aún son trabajos creativos».
Una de las definiciones que tomó relevancia previo a la pandemia fue la creada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), quienes bautizaron esta área como «economía naranja» y reconocieron que el arte, la cultura y la creatividad podían ser actores centrales de la economía transformando las ideas creativas en productos. A estas definiciones se sumaron otras, como la de la UNESCO, que puso su énfasis en una dimensión socioeconómica y bautizó el año 2021 como el año internacional de las economías creativas en un contexto marcado por la pandemia y la lenta reactivación de un sector que aportaba para entonces el 3% del producto interno bruto (PIB) mundial.
La variedad de definiciones encuentra un correlato en los nombres con los que se puede hablar del mismo tema y definen la aproximación que se dará a los estudios sobre economías creativas. Así, algunos autores se han centrado en la confluencia de la creatividad con la economía, llamando a este campo «economía creativa», es decir, usando una voz singular y homogénea. En cambio, la mayoría de los otros autores, ha optado por usar la voz plural de «economías creativas» para referirse a una multiplicidad de prácticas creativas y económicas, complejas, que dialogan entre sí para generar un ecosistema donde la creatividad es el bien fundamental. Es en este contexto donde el desarrollo de algunos sectores creativos derivan en la conformación de verdaderas «industrias creativas», concepto a veces cuestionado por la generación de desigualdad de oportunidades.
En lo que sí hay consenso es en lo fundamental que las economías creativas resultan para el momento actual, especialmente para el siglo XXI post pandémico. Sin ir más lejos, a propósito de la celebración del Día Internacional de la Creatividad y la Innovación, la Organización de las Naciones Unidas declaró que «la creatividad humana y la innovación son la verdadera riqueza de las naciones en el siglo XXI». Quizás por ello académicos como John Newbigin han constatado que, después de la pandemia, el mundo de las economías creativas, específicamente aquel vinculado a la música, los videojuegos, las películas y las plataformas de entretenimiento, están en su mejor momento: «El mercado de la cultura y los servicios culturales está creciendo en el mundo, seguirá creciendo, y debería convertirse en una parte significativa de las economías de todo el mundo» señaló Newbigin en una entrevista realizada recientemente. En efecto, recientemente, el Estado de California evidenció un aumento exponencial de la industria de los videojuegos y en Latinoamérica los usuarios de Spotify aumentaron un 21% el primer semestre del 2023, llevando a la empresa sueca a contar con un total de 515 millones de usuarios.
El impacto de la pandemia
En este escenario expansivo de las economías creativas, en el que durante y después de la pandemia se resaltó la importancia del sector cultural para la humanidad, resulta difícil comprender por qué fue uno de los sectores más golpeados y con escaso apoyo gubernamental para enfrentar la gran crisis que la pandemia generó. En su estudio sobre las respuestas colectivas del mundo cultural a la pandemia en Inglaterra, la académica inglesa Kate Oakley reconoció la permanencia de dos fenómenos de larga duración en el mundo de las economías creativas: la individualidad e informalidad del mercado laboral creativo y la importancia de la organización colectiva para suplir o demandar la protección social que un sector clave de la economía debería tener.
Créditos: Kristijan Arsov – Unsplash
El tema no es sólo europeo. El destacado periodista y editor chileno Matías Rivas reflexionaba recientemente sobre la difícil vida material de quienes se dedican a actividades creativas, especialmente de individuos, es decir, personas que carecen de grandes capitales o redes de apoyo para enfrentar un contexto post pandémico de alta inflación, bajas ventas y crisis económica generalizada. Se abre aquí una problemática importante toda vez que las oportunidades para desarrollar proyectos creativos no fluye de igual forma para quienes participan del mundo de las economías creativas. En una entrevista realizada el año 2016, Toby Miller, científico social interdisciplinario en estudios culturales, criticaba la definición misma de las economías creativas porque se centraba en productos industriales, a gran escala, con desarrollos tecnológicos de alto costo y supuestos talentos individuales que hacían de estos casos de éxito una excepción más que una regla: «Existen dos autopistas en el mundo de las economías creativas. Una es la autopista corporativa que fluye muy rápido y la otra es la gubernamental (…) es muy difícil que las alternativas, los activistas, puedan compartir oportunidades similares con Hollywood fuera de esas autopistas».
Por otro lado, recientemente se tradujo al español el libro «La cultura es mala para ti» que aborda con un enfoque crítico el discurso que se ha levantado en torno a este tema. Se trata de una investigación a cargo de Orian Brook, investigadora de la Universidad de St. Andrews de Edimburgo, que recopiló más de 2.000 respuestas de actores relevantes del mundo cultural en Estados Unidos y Gran Bretaña y cuyos principales hallazgos son que el acceso al mundo de las economías creativas posee un fuerte sesgo de clase, altas brechas raciales y de género y una deuda importante con la promesa de avanzar hacia una sociedad progresista.
Es un hecho que la promesa del emprendimiento y el esfuerzo individual se están encontrando con muros difíciles de superar y sortearlos requiere un esfuerzo creativo superior que tenga como centro la innovación social para enfrentar desigualdades, brechas y problemas de larga data. ¿Es posible plantear un modelo que enfrente los problemas estructurales de la sociedad en el mundo? El problema se complejiza si agregamos a este análisis los efectos devastadores de la pandemia por COVID-19, las crisis económicas a lo largo del mundo, la emergencia climática y las agendas y preocupaciones de cada país, que tienen como punto de unión a grandes manifestaciones ciudadanas que se expanden en todos los continentes del mundo.
«Es una conversación compleja» dice el investigador Toby Walsh en una entrevista concedida al Goethe Institut, resaltando que la humanidad se encuentra en un momento en que las desigualdades crecen, la robotización amenaza puestos de trabajo y la democracia se encuentra puesta a prueba por desafíos recientes. «Un colega me decía que no estaba preocupado por un posible levantamiento de los robots sino por el levantamiento de las personas». Los tiempos actuales desafían las concepciones que se han ido creando en torno a las economías creativas y parecen exigir un esfuerzo mayor o respuestas más completas que puedan incluir las miradas de filósofos, antropólogos, sociólogos y cientistas políticos al mismo nivel que computadores y robots.
Un proyecto abierto y en desarrollo
El año 2016 la académica Kate Oakley se preguntaba si era posible un nuevo modelo para las economías creativas, no sólo basado en las grandes industrias sino también en prácticas culturales diversas, capaz de respetar las trayectorias y factores culturales locales en sus más distintos niveles. Para rescatar ese valor distintivo de las economías creativas y pensar un modelo diferente para los tiempos que corren, será necesario desarrollar políticas públicas que puedan favorecer la creación de uniones o colectivos y poner la colaboración como un valor central. Según el artículo The pandemic politics of cultural work: collective responses to the COVID-19 crisis, publicado este año en la International Journal of Cultural Policy, sólo estas agrupaciones lograron incidir en políticas públicas durante la pandemia e incluso algunas de ellas instalaron temáticas de más larga data.
Países como Suecia, Corea o Reino Unido han instaurado políticas públicas que promueven la difusión de sus contenidos creativos y colaboran empujando transformaciones de estas características en otros lugares más allá de sus fronteras. En marzo de 2023 un proyecto fundado por Suecia, en alianza con la UNESCO, apoyó la consulta a más de 1.200 profesionales de la cultura en Perú para reactivar las economías creativas de ese país de aquí al 2030. Por otro lado, gran parte del impacto de las economías creativas de Corea del Sur en el mundo se debe a que, tras la crisis asiática de 1997, se adoptaron medidas para favorecer y empujar la creación de ecosistemas creativos que fueran pioneros en el mundo, conectándose con un mercado global que hoy compra teleseries coreanas para transmitirlas en casas de cualquier parte del orbe. Reino Unido, por su parte, tiene una política nacional de economías creativas hace décadas apoyada por un consejo creado especialmente para ello, que colabora en la creación de capacidades, el acceso a financiamiento y la conexión con mercados de exportación.
Créditos: Markus Spiske – Unsplash
Aunque la definición de las economías creativas está en constante cambio y evolución, sí existe un amplio consenso en la importancia de su desarrollo y permanencia como uno de los ejes más importantes de la economía actual. «Dada la diversidad de sectores, culturas, sociedades y de modelos de negocio donde la creatividad es un factor de desarrollo económico, en Unit creemos que para desarrollar estos espacios y activar ecosistemas que funcionen, tenemos que relevar su pluralidad y reconocer que no hay una sola economía creativa, hay muchas economías creativas funcionando en paralelo que necesitamos articular» dice Nicolás Rebolledo, socio de Unit y Profesor del Royal College of Art.
Resulta imperativo, entonces, impulsar el desarrollo de políticas públicas robustas y la instalación de una serie de capacidades que apoyen distintas formas de crear valor en este campo. Los cambios acelerados del presente requieren que estos temas se instalen con urgencia, de manera que el esfuerzo por pensar un nuevo modelo de economías creativas, respetuoso de prácticas locales diversas, tenga éxito en la tarea de desarrollar el valor cultural, social y económico en distintos rincones del mundo.